Empezar a llamarte: persona sin techo en España

Empezar a llamarte “persona sin techo en España” es una realidad que hasta ahora a la mayoría de nosotros nos parecía lejana y que, sin embargo, ya ha arrastrado consigo a personas que jamás hubiesen imaginado verse en esta situación.
España, junto a Rumanía, Lituania y Bulgaria, son los países de la Unión Europea (UE) en los que más desigualdad hay, según la Oficina Europea de Estadística (Eurostat). Además, esta situación de desigualdad dentro de la UE se ha visto aún más agudizada por la pandemia del Covid-19.
La desigualdad no hace referencia solo a la riqueza, sino que también abarca el diferente trato que reciben unos individuos frente a otros en los tribunales o como consecuencia de su posición social, la religión que profesa, su género o preferencias sexuales; así como las diferentes oportunidades de acceso a los servicios de salud, públicos o la educación.
Sin embargo, la desigualdad, sea del tipo que sea, supone graves consecuencias, tanto en el ámbito personal como en el social, y la pobreza es una de las principales.
Riesgo de pobreza
El riesgo de pobreza se asocia normalmente a los hogares cuya renta media por unidad de consumo se sitúa por debajo del 60% de la mediana general. De igual manera, se denomina pobreza extrema al sector de la población cuya renta es menor que el 20% de la mediana.
En el año 2019, según la Encuesta de Condiciones de Vida (ECV) publicada por el Instituto Nacional de Estadística (INE), la población en riesgo de pobreza o exclusión social (tasa AROPE) se situó en el 25,3% de la misma (11,8 millones de personas). Aunque aún no se ha publicado este informe para el año 2020, las diferentes organizaciones auguran un nuevo aumento de ese porcentaje.

La calle en el horizonte
El sinhogarismo, una realidad paralela que convive con nosotros y que a menudo resulta invisible para aquellos ojos que miran, pero no ven, se erige en nuestras ciudades a pesar de los desmesurados intentos de muchos por fingir que no existe. Está tan cerca, que cualquiera de nosotros puede verse arrastrado por ella sin apenas darse cuenta: un hombre que pierde su empleo, una familia desahuciada, una adicción que desestructura un hogar, una mujer víctima de violencia de género que huye, una subvención mínima que se acaba…
Actualmente y debido a la crisis pandémica, hay además un creciente número de extranjeros que llegan engañados por el llamado “sueño español” y que acaban viviendo en la calle. Así, como también, está creciendo la cantidad de ciudadanos que han tenido que cerrar negocios o que se han quedado sin trabajo al desaparecer empresas.
Existe este nuevo perfil de persona sin techo en España, además del convencional, profesionales, hombres y mujeres más jóvenes, “exautónomos”. También esas mujeres cuidadoras, que han dedicado gran parte de su vida a trabajar como empleadas de hogar o internas, desarrollando sus actividades en la economía sumergida y que, ante la pérdida de su actividad laboral, pierden no solo sus ingresos, sino también sus alojamientos.
Igualmente, cada día, crecen las colas en los comedores sociales y bancos de alimentos, personas que trabajan y tienen un techo, pero que o viven en infraviviendas o con sueldos insuficientes para alimentarse ellos y sus familias.

Llegar a ser una persona sin techo en españa significa perder tu nombre
Cualquier persona puede verse inmersa en esa espiral de decadencia en un abrir y cerrar de ojos. Y llegar a la calle es duro. Supone perder tu nombre. A partir de ese momento en que pierdes tu hogar te empiezas a llamar: “sin techo”, “persona en situación de calle”, “sin hogar” o “mendigo”. Te vuelves invisible. Nadie te mira. Nadie te ve. Dejas de existir para la mayoría de los componentes de la sociedad de la que has formado parte hasta ahora. Coexistes con ellos, pero tu escenario de vida cambia.
Al margen de la situación de vulnerabilidad extrema en la que se encuentra una persona sin techo en España ante una pandemia como la actual, el hecho de no tener un hogar desequilibra la estabilidad psicológica de estas personas debido a la falta de arraigo, provoca angustia ante la permanente incertidumbre a la que se enfrentan y son proclives a la aparición de enfermedades derivadas del frío, la humedad o la falta de higiene. Estos factores también contribuyen a la complicación de patologías ya preexistentes. Un estudio de la Fundación Arrels, confirma que una persona en situación de calle vive un promedio de veinte años menos que la gente que tiene vidas fuera de ella.
Permanecer en el ostracismo
Al mismo tiempo, estos colectivos permanecen en el ostracismo soportando una elevada estigmatización por parte del resto de la sociedad. Esto, dificulta su acceso a los servicios públicos y de salud, a la educación, al mercado de trabajo o a cualquiera de los ámbitos básicos del individuo.
Su visión del mundo cambia y se dan cuenta de que viven en una sociedad desigual en el que tienen dificultades incluso para acceder al Ingreso Mínimo Vital, ya sea porque no tienen acceso a la solicitud por falta de medios técnicos, saturación o cierre de recursos, o porque su realidad es que no cuentan con un domicilio estable.
Arquitectura hostil
Y miran a su alrededor y ven un entorno exclusivo, que les oprime y que tiende a su expulsión también de las calles. Ven los obstáculos físicos que la nueva “arquitectura hostil” ha creado implacable en los diferentes espacios públicos, con el fin de evitar que la gente sin hogar pernocte en ellos, viva en ellos y, sobre todo, para que ese colectivo de personas que tan ajeno resulta al resto de la sociedad, no afee el paisaje. Y se dan cuenta de que los reposabrazos en los bancos, los pinchos en el suelo, los aspersores de agua, las esculturas que ocupan las explanadas y las vallas en los pasillos cubiertos, este tipo de arquitectura, no tiene el propósito de servir al bien de la sociedad, sino que su finalidad es la de excluirles definitivamente de ella.
